domingo, 24 de abril de 2011

STAY

Sin rumbo a ninguna parte los indicios de mi alma empiezan a resquebrajarse, para convertirse en algo inexplicable, esa sensación de no saber nada. Sólo me queda un giro de mano que me permite acelerar, sin casco junto unos pelos revueltos y una chaqueta que ondea al viento. La velocidad no corresponde con la adecuada, pero llega un momento que todo eso te da igual, ya todo da igual, sólo consiste en acelerar hasta que encuentres tu límite, alguien como yo que carece de eso. Cuando la carretera se convierte en mi única compañía, como un caballo ganador, esperado para ser recorrido a toda velocidad, cuando todo parece que no tiene sentido, cuando antes tenías todo claro y ahora cada cosa equivale a pisar en la cuerda floja. El aire provoca lágrimas en tus ojos, lágrimas cristalinas y centelleantes de la manera que esa es la única forma que salga una lágrima de tí, porque te enseñaron que a los hombres no se les está permitido llorar, es una deshonra. Vuelo sólo, sin coches que limiten mi velocidad, sin radares, y si los hay serían incapaces de cojer más que una estela en medio de la noche. Porque cuando estás ahí, a más de 120 kilómetros hora, no piensas en la curva siguiente, no piensas que pueden cojerte, sólo piensas que estando todo en tu contra para relajarte, no puedes estar más tranquilo. Oyendo el motor, el viento que te oprime con fuerza es lo que me recuerda que una parte d emi interior sigue viva, latiendo por más, pidiendome más porque nunca es suficiente, aquí hay cosas que nadie entiende...